martes, 1 de diciembre de 2009

Bungalow...

En toda relación de pareja, al principio, todos tenemos la sensación de ser capaces de sobrevivir en un pequeño bungalow; una humilde casa de madera sin nada más que cuatro paredes y un techo, totalmente vacío. Sin teléfono... Sin televisión... Sin calefacción... Sin muebles... Incluso sin comida ni agua... Solamente dos personas, desnudas, y sin otra cosa que hacer que pasar juntos el resto de la eternidad, hablando y haciendo el amor.

No necesitamos otra compañía que la compañía mutua que nos proporcionamos, otro entretenimiento que no sea pasarnos horas hablando de nada en especial, otra fuente calor exterior a nosotros mismos, ni otras ropas que no sean nuestra propia piel...Porque somos felices y no podemos pensar en estar con alguien más, y ni se nos pasa por la imaginación cansarnos de estar tanto tiempo con la misma persona (aunque al resto de la gente le resulte extraño), porque cuando encuentras a la persona perfecta no puedes echar de menos nada más ni a nadie más...

Sin embargo, las cosas cambian cuando empezamos a tener hambre y sed... Y necesitamos comprar comida y agua... Cuando nuestro calor humano deja de ser suficiente a la mínima que llega el frío del otoño, y no podemos resistirnos a comprar ropa para cubrirnos; o incluso instalar la calefacción central cuando ese frío se hace constante con la llegada del invierno... Cuando ya no es suficiente con su única compañía y decidimos comprar una televisión, un teléfono, un ordenador...

Entonces empezamos a envidiar cosas que otros tienen, y compramos muebles de diseño, electrodomésticos de última generación, un coche grande que te cagas... Y para no aburrirnos necesitamos salir de la rutina (y de nuestro ya no tan pequeño bungalow), y vamos a la bolera, al cine, a emborracharnos en cualquier bar, a cenar a un restaurante... Porque su sola conversación no nos sirve, como al principio, para pasar un rato divertido, especial, diferente...

Hasta que nos despertamos una mañana sobre nuestro colchón de viscolátex, y mientras nos tomamos un café de nuestra nueva cafetera, nos damos cuenta de que hemos pasado de vivir en un pequeño bungalow vacío de cosas materiales pero lleno de sentimientos, a vivir en un enorme palacio lleno de objetos inútiles y entretenimientos efímeros que no nos ayudan a ser felices... Y echamos de menos el bungalow, e incluso a la otra persona...

Todo esto, obviamente, no existe, ni nunca ha existido. No hay palacio, ni cafetera, ni coche, ni televisión, ni bungalow.... Son simplemente diferentes sensaciones, en distintos momentos de una relación, dure lo que dure... La reflexión acerca del poder que tiene el paso del tiempo junto con la rutina, hasta llegar al punto en que consiguen que lo más bonito de cada día que pasamos juntos sea el instante en que recordamos los viejos tiempos, los momentos felices de verdad.

Pero ese recuerdo dura unos minutos... Hasta que volvemos a agarrar el cubata, a pinchar el siguiente trozo de carne o a levantar la próxima bola de bolos...

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